Supongamos que Marta, Pedro, Ana y Santiago
van a la misma universidad. Marta quiere ser médico, Pedro arquitecto, Ana
economista y Santiago psicólogo. ¿Deben estudiar los cuatro lo mismo durante
cinco años que dura la carrera? En ninguna parte del mundo aceptarían eso. En
el mejor de los casos coincidirán en unos cuantos cursos especialmente al
inicio de la carrera, pero desde el principio o a más tardar terminados los
estudios generales, cada uno seguirá otra ruta curricular. No hacerlo sería
atentatorio contra su formación y realización profesional.
¿Por qué entonces eso mismo no ocurre en los
colegios? Si los estudiantes son todos diferentes en su personalidad,
inteligencias, capacidad de aprendizaje, habilidades sociales, motivaciones,
vocaciones, organización del tiempo y espacio, intereses ¿por qué deberían
estudiar todos lo mismo, a la misma vez, de la misma manera, durante todos los
años que dura su paso por la vida escolar? ¿No será por eso que hay tantos
estudiantes calificados como disruptivos, indisciplinados, poco estudiosos,
indiferentes, desmotivados, “fracasados”?
Quiénes son los que realmente está fracasando
¿los estudiantes que no se adaptan a esa visión estandarizada de la vida y de
la ruta de aprendizaje que un equipo ajeno decidió para ellos sin conocerlos, o
la escuela que pese a estar integrada por profesionales de la educación son
incapaces de lograr que los estudiantes “aprendan lo que deberían aprender”?
¿No será por eso que tantos estudiantes sienten que el colegio es una cárcel a
la que están condenados a pasar por once años hasta llegar finalmente a un
espacio universitario o técnico en el que pueden optar por lo que realmente
quieren aprender? (razón por la que lo que los exalumnos añoran del colegio
suele ser la hora del recreo, el extracurricular deportivo, los amigos y
ocasionalmente algún profesor, no porque les “enseñaba bien” sino porque se
interesaba personalmente en ellos)
Me pregunto continuamente qué es lo que
deberían aprender los estudiantes en un colegio y por qué no se les puede dar
el mismo tratamiento que en la universidad; es decir, tener unas áreas comunes
que le dotan de algunas herramientas básicas de comunicación y comprensión
cultural como para ser solventes leyendo, escribiendo, calculando,
representando, y todo lo otro, o sea pensar, razonar, investigar, explorar,
manipular, diseñar, trabajar en equipo, presentar, proyectar, administrar crisis, resolver problemas,
imaginar escenarios futuros alternativos, valorar ética y estéticamente,
administrar sus inteligencias y emociones, adquirir un sentido práctico, cultivar
sus pasiones y vocaciones, etc. hacerlo a través de lo que los estudiantes
escogen y quieren aprender. ¿No tendríamos estudiantes mejor formados para
realizarse como ciudadanos y para cultivar sus vocaciones?
Un estudiante que evita la escuela, sea que
se hace el enfermo o se ausenta cada vez que puede o que evade la clase
mentalmente cuando está forzado a asistir a ella ¿está aprovechando sus
capacidades y su tiempo escolar o lo está desperdiciando? ¿Está aprendiendo lo
que debería aprender? Y si no está aprendiendo ¿es por su culpa, por no querer
ser un sumiso cumplidor de los designios que los adultos diseñaron para él bajo
el paraguas de que eso debe aprenderlo “por su bien”?
¿Cuánto tiempo más las autoridades observarán
pasivas lo poco que los estudiantes realmente aprenden por su paso escolar,
(pese a la montaña de normas y documentos curriculares que producen los
ministerios), y lo “mal preparados” que están para una vida ciudadana plena y
responsable, más allá de los puntitos más o menos que alcancen en PISA o las
ECE?
¿No es el escenario actual de la
disfuncionalidad de todas las sociedades latinoamericanas en el contexto de la
administración de la crisis causada por la pandemia del coronavirus una vitrina
que evidencia que algo anda mal a la hora de plantear “lo que los estudiantes
debieran aprender” para ser ciudadanos responsables y exitosos profesionales?
Aunque parezca contradictorio, este año
atípico y complejo podría ser una oportunidad soñada para que el Minedu
proponga una reforma educativa a fondo para cambiar de una vez por todas la
vigente matriz de pensamiento educativo peruano que corresponde al siglo
XIX por la requerida para el desarrollo
propio de nuestros estudiantes en el siglo XXI. Una reforma que de veras ponga
la acogida, inclusión, aprendizaje significativo y desarrollo pleno del
estudiante en el centro del esfuerzo educativo y tome distancias del sistema
vigente, en el que éste no tiene ni voz ni voto y es considerado un usuario
anónimo, estandarizado y temporal de un sistema cuyo rol es producir unos pocos
ganadores y muchísimos perdedores, de esos que “no aprenden lo que deberían
aprender”.
León Trahtemberg,
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