Por: Manuel
Valdivia Rodríguez
Hasta hace pocos años, Finlandia era para
muchos de nosotros un país distante, con una vida marcada por su cercanía al
círculo polar ártico. Para quienes amamos la música, era la cuna de Jean
Sibelius, autor del hermoso Vals Triste y del estupendo poema sinfónico
titulado precisamente con el nombre de su país: “Finlandia”. De pronto, gracias
a la difusión de los resultados del PISA 2000, el país nórdico ocupó nuestra
atención desde otra perspectiva: ese país, sin ser el de mayor desarrollo
económico en el mundo, tenía sin embargo un sistema educativo de altísima
calidad, probablemente el mejor.
Como es natural, comenzamos a indagar
buscando más información sobre el sistema educativo finlandés. Un estudio que
examinaba los resultados de PISA 2000, School Factors Related to Quality and
Equity, OECD, 2005, arrojaba muchas luces sobre los factores que pueden obrar
en favor o en contra de la calidad de la educación, pero era un estudio global
construido sobre la base de información referente a todos los países que
intervinieron en la evaluación. Hablaba poco de Finlandia. Por eso, el artículo
de Paul Robert, La educación en Finlandia: los secretos de un éxito asombroso,
llegaba a cubrir un vacío. Pero abría también una inquietud: Lo que caracteriza
al sistema finlandés ¿puede ser aprovechado como modelo de innovación en
nuestros respectivos países?.
Sin duda, hay mucho que aprender. El artículo
de Paul Robert da pistas excelentes, sobre todo en el campo pedagógico e
institucional. Mucho es lo que se puede hacer con la guía de esas lecciones,
pero siempre habrá una distancia difícil de cubrir. Después de todo, el estado
de la educación es el reflejo de los bienes y males de la sociedad en que se
desenvuelve. Un país que ha
alcanzado un estado de equilibrio social y económico, con una población que
ostenta un elevado nivel educativo y cultural, que además tiene satisfechas con
holgura sus necesidades fundamentales, es capaz de ofrecer una educación de
calidad que no depende sólo de su sistema educativo. Un país con defectos,
afligido por la pobreza, la inequidad y la discriminación, difícilmente puede
tener una educación igual, a menos que se ponga en marcha para construir una
sociedad democrática y lograr un desarrollo cuyos beneficios se extiendan a las
mayorías.
En ese
marco, la educación formal puede ser mejor y cumplir un rol coadyuvante aunque sus recursos sean magros.
La superficie territorial de Finlandia
(330,000 km2) es aproximadamente la cuarta parte de la superficie del Perú.
Viven allí, en poblaciones dispersas como la nuestra, poco menos de 5 millones
y medio de habitantes. Pero Finlandia, con un IDH de 0,947 se halla entre los
países de Desarrollo Humano Alto, ocupando el décimo primer lugar, bastante
lejos de nuestro país, que ocupa el puesto 82 con un IDH de 0,763[12]. Estos
índices son corroborados por el Banco Mundial, que ubica a Finlandia entre los
países con ingreso per cápita alto ($ 10,726 ó más) muy diferentes del nuestro,
que se halla en la categoría de los
países con ingreso medio bajo ($ 876 – $3,465). Estos datos bastarían para mostrar
diferencias significativas..
Aunque nos hallamos lejos del ideal,
proclamamos que en los últimos años nuestra economía se halla en una línea
positiva de crecimiento y que, si se mantiene nuestro ímpetu exportador, si
aumentan las inversiones y si se firma el TLC, la línea puede seguir subiendo.
Sin tomar en cuenta la fragilidad de los soportes del crecimiento que
mostramos, podríamos decir que sí, que hay motivos para la esperanza, por lo
menos para tener cifras en azul. Pero este crecimiento puede significar muy
poco para la educación de las mayorías, que es la que nos preocupa. Sin acudir
a un oráculo podemos pensar que el crecimiento beneficiará solamente a una
minoría, como ha ido sucediendo hasta ahora. Oswaldo de Rivero lo dice con
crudeza pero con una autoridad indiscutible: “Hoy, el 52% de los peruanos –unos
14 millones- son pobres y viven con dos dólares diarios, y otro 14% -unos 4
millones doscientos mil- son extremadamente pobres y viven con un dólar diario.
Además, la sociedad peruana, según el índice Gini de desigualdad social, está
entre las once sociedades más desiguales del mundo. En el Perú, el 20% más
acomodado de la sociedad recibe el 51% de los ingresos nacionales, mientras que
el 20% más pobre recibe apenas el 4,4%[13]”.
El índice de Gini es un número entre 0 y 1.
Los decimales más bajos –ya que el 0 es el ideal- indican equidad social; los
decimales cercanos a 1 denuncian que la desigualdad es alta. Perú, tiene un
desalentador índice de 0,498 (PNUD), cercano al de Argentina (0,522) , Chile
(0,571) y Brasil (0,593). Obsérvese que los tres países mencionados –sin contar
al Perú- son tenidos como los países de mayor desarrollo económico en
Sudamérica, lo cual hace presumir que un mayor desarrollo no significa
necesariamente mayor equidad. Frente a esto, Finlandia, junto con Noruega y
Suecia, es uno de los países con menor desigualdad en el mundo (Indice Gini
0,25 a 0,30). Allí, sólo un 2% de la población es considerado pobre, pero
seguramente con criterios distintos de los que usamos nosotros. En otras
palabras, es un país boyante, en donde todos viven en plenitud.
Pero no es sólo la situación socioeconómica
la que explica los altos niveles de calidad educativa en Finlandia. Este país
comenzó a superar el analfabetismo en el siglo XVII. Anne Marie Chartier -una
investigadora francesa dedicada a un campo impensable entre nosotros: la
historia de la lectura en Europa- recuerda que en 1686, en Finlandia y Suecia,
“la ley de Iglesia” obligaba a los pastores luteranos a verificar la competencia
en lectura de los niños y adultos porque “nadie podía recibir la confirmación
mientras no supiera ‘leer y recitar su catecismo’. Puesto que aquel que no
estuviera confirmado no podía realizar ningún acto oficial (por ejemplo
casarse), puede decirse que quien no supiera leer no existía ante la ley[14]”.
La misma autora hace notar que los países protestantes de la Europa del norte
–entre ellos Finlandia- “fueron los
primeros en implantar una escuela de enseñanza media concebida para la
enseñanza masiva más allá de la enseñanza elemental”. Así, Finlandia estuvo
entre los primeros países que consiguieron elevar el nivel educativo de la
población. No es difícil imaginar que una población que habla dos lenguas
originarias (finés, sueco o lapón) y por lo menos una lengua extranjera,
generalmente el alemán, es una población letrada[15], con un nivel elevado de cultura personal. Así
las cosas, se encuentra sobrada explicación para el logro de una buena
educación.
En un mundo tan lleno de índices y de
estadísticas, no podemos dejar de mencionar que Finlandia es el primer país del
mundo según el Índice de Adelanto Tecnológico del PNUD. Su IAT es de 0,744, muy
superior al nuestro (0,270), gracias al cual ocupamos el puesto 48 de 70, en el
tercer grupo, el de Seguidores Dinámicos[16]. El IAT es calculado sobre la base
de varios ítems: creación de tecnología, difusión de nuevas tecnologías (uso de
la Internet, exportación de productos de tecnología alta y media), difusión de
antiguas innovaciones (telefonía, consumo de electricidad), y conocimientos
especializados (años de escolaridad de la población y tasa bruta de matrícula
terciaria en ciencias). No cabe duda que esa dinámica de uso y cultivo de las
ciencias y la tecnología por parte de la sociedad en general empuja al sistema
educativo y alienta a los estudiantes a esforzarse por su aprendizaje. Ellos no
estudian solamente porque gozan de un derecho, lo hacen porque es casi su
obligación en un pueblo que valora el crecimiento intelectual de sus miembros
no sólo como una virtud sino como una necesidad.
Final
Lo dicho no ha sido expuesto para alimentar
el desaliento. Sirve sólo para mostrar que la calidad de la educación es una
consecuencia de múltiples factores externos y para contradecir una tendencia
demasiado vigente entre nosotros: creer que podemos hallar correctivos al
interior del sistema (cambio de programas, aumento en las horas de clase,
evaluación y capacitación de los docentes, mejoramiento de locales, etc.) y que
con ellos basta. Hay que hacerlos, sin duda, pero recordando que son sólo
medidas parciales. Si sólo miramos el sistema educativo no podremos cambiar sus
resultados, porque para conseguirlos tenemos que mejorarnos como sociedad.
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