martes, 9 de octubre de 2012

¿Descubrimiento o Tragedia?


Por Enrique Bachinelo

El calendario de la historia muestra un 12 de Octubre de 1492 como la fecha del descubrimiento de América por los galeotes que llegaron de España a conquistarla o destrozarla. Para algunos es día de regocijo, festejos y desfiles; para  los más es el día en que comienzan las tragedias para toda una raza que fue destruida sin misericordia por la ambición del español.

Para los que cantan alabanzas a la conquista de los barbados cuajados de ambiciones y miserias que pisaron el Nuevo Mundo, ese fatídico día del 12 de Octubre significó un motivo de alegría, entusiasmo y buenaventura.  La felicidad rebosaba en  los semblantes de los marineros que, durante treinta y tres días tuvieron que atravesar el tenebroso mar hasta escuchar el resonar grito de ¡Tierra! lanzado por Rodrigo uno de los marinos de turno en el palo mayor.

Esta verdad a medias ha primado por siglos y la humanidad ha vivido con la idea de que ese gran descubrimiento demostró la audacia y valentía de un puñado de miserables recogidos de las galeras de España conduciendo  los tres barcos que vencieron a la mar y llegaron a las costas del Nuevo Mundo.

¿Qué descubrieron las huestes de Colón? ¿Fue el oriente conocido en esas épocas? ¿ El Catay y el Cipango? O,  arribaron a un mundo que no figuraba en los mapas de los europeos; aunque si, se sabía por fuentes de  marineros avezados que existían tierras cruzando el mar hacia el occidente. 

Colón supo la historia de viejos marinos  escandinavos, que intentaron cruzar el mar; algunos no volvieron jamás. Cristóbal sabía perfectamente esa alternativa y, su viaje no fue de  aventura y de correr el albur  de perderse en la  inmensidad de un mar tenebroso que paralizaba de terror a los marineros más valientes, sino de llegar a las indias orientales viajando hacia el occidente.

Los hombres y las mujeres arawak, desnudos, morenos, y perplejos, emergieron de sus poblados  hacia las playas de la isla y se adentraron en las aguas para ver más de cerca el extraño barco.

Cuando Colón y sus huestes desembarcaron portando espadas y hablando de forma extraña, los nativos arawak corrieron a darles la bienvenida, a llevarles alimentos, agua y obsequios. Cuando se acercaron a tierra, los Arawak les dieron la bienvenida nadando hacia los barcos para recibirles. 

Estos nativos vivían en pequeños pueblos comunales y tenían una agricultura basada en el maíz, las batatas y la yuca. Sabían hilar y tejer pero no tenían  ni caballos ni animales de labranza.

Después Colón escribía en su diario:

“Nos trajeron loros y bolas de algodón y lanzas y muchas otras cosas que cambiaron por cuentas y cascabeles de halcón.  No tuvieron  ningún inconveniente en darnos todo lo que poseían… Eran de fuerte constitución, con cuerpos bien hechos y hermosos rasgos… No llevan armas, ni las conocen. 

Al enseñarles sus espadas, las cogieron por la hoja y se cortaron al no saber lo que era. No tienen hierro. Sus lanzas son de caña… Serían unos criados magníficos… Con cincuenta hombres subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos”.

No tenían hierro, pero llevaban diminutos ornamentos de oro en las orejas. Ahí se despierta la ambición de los ibéricos. Estos Arawak de las islas Antillas se parecían mucho a los indígenas del continente, que eran extraordinarios por su hospitalidad, su entrega a la hora de compartir.  Estos rasgos no estaban precisamente en las costumbres de la Europa renacentista, dominada como estaba por la religión de los Papas, el gobierno de los reyes y la obsesión por el dinero que caracterizaba la civilización occidental y su primer emisario a las Américas: Cristóbal Colón.

Colón apresó a varios de ellos y les hizo embarcar, insistiendo en que les guiara hasta el origen del oro. Luego navegó a la que hoy conocemos como la isla de Cuba y luego a la Hispaniola: La isla que hoy se compone de Haití y la república Dominicana.  Allí, los destellos de oro visibles en los ríos y la máscara de oro que un jefe local le ofreció a Colón provocaron visiones delirantes de oro sin fin.

En Hispaniola, Colón construye un fuerte con madera de la Santa María, que había embarrancado. 

Fue la primera base militar europea. La cuestión que más acuciaba a Colón era: ¿dónde estaba el oro? Había convencido a los reyes de España para que financiaran su expedición a estas tierras. Esperaba que al otro lado del Atlántico en las “Indias” y el Asia habría riquezas, oro y especias.

Apresó a más indígenas y los embarcó en las dos naves que le quedaban.  En algún lugar de la isla se enzarzó en una lucha con los nativos que se negaron a suministrarles la cantidad de arcos y flechas que él y sus hombres deseaban. Dos fueron atravesados con las espadas y murieron desangrados.  Fueron las primeras víctimas de las armas españolas que, después causaron verdaderos genocidios que jamás se podrá saber cuántas víctimas ha acarreado este proceso del descubrimiento y la conquista de las Américas.

La verdad y la ficción se confunden en el informe que presenta Colón a los reyes de España: “Hispaniola es un milagro.  Montañas y colinas, llanuras y pasturas, son tan fértiles como hermosas… Los puertos naturales son increíblemente buenos y hay muchos ríos anchos, la mayoría de ellos contienen oro… Hay muchas especias y nueve grandes minas de oro y otros metales…

Refiriéndose a los nativos de estas tierras decía: “Desnudos como el día que nacieron, mostraban la misma inocencia que los animales”.  Colón escribió más adelante: En el nombre de la Santa Trinidad, continuaremos enviando todos los esclavos que se puedan vender”. Comenzó el negocio de la venta de indios de las Américas, porque de alguna forma Colón debía rembolsar la inversión que los reyes de España efectuaron para la conquista de sus nuevas colonias.

En la provincia de Ciao, en Haití, donde él y sus hombres imaginaban la existencia de enormes yacimientos, ordenaron que todos los mayores de 14 años recogieran  cierta cantidad  de oro cada tres meses.  Cuando se la traían, les daban un colgante de cobre para que lo llevaran en el cuello. A los indígenas que los encontraban sin el colgandejo, les cortaban las manos y se desangraban hasta la muerte.

Los indígenas tenían una tarea imposible. El único oro que había  en la zona era el polvo acumulado en los riachuelos. Así trataron de organizar un ejército de resistencia, pero se enfrentaban a españoles que tenían armadura, mosquetes, espadas y caballos.  Cuando los españoles hacían prisioneros, los ahorcaban o los quemaban en la hoguera.  Entre los Arawks empezaron los suicidios en masa con veneno de yuca.  Mataban a los niños para que no cayeran en manos de los españoles. En dos años la mitad de los 250.000 indígenas de Haití habían  muerto por asesinato, mutilación o suicidio.

Cuando se hizo patente de que no existía el oro, a los indígenas se los llevaban como esclavos a las grandes haciendas que después se conocerían con el nombre de “encomiendas”. Se les hacía trabajar a un ritmo infernal y morían a millares.  En el año 1515 quizás quedaban cincuenta mil indígenas.  En el año 1550, había quinientos.  Un informe de 1650 revela que en la isla no quedaba ni uno solo de las Arawaks  autóctonos, ni de sus descendientes. La principal fuente de información sobre lo que pasó en las islas desde la llegada de Colón, fue la única de Bartolomé de las Casas. De sacerdote joven había participado en la conquista de Cuba.  Durante un tiempo fue propietario de una hacienda donde trabajaba esclavos indígenas, la abandonó y se convirtió en vehemente crítico de la crueldad española. Las Casas escribió una “Historia de Indias” en varios volúmenes donde relataba paso a paso la maldad y el espíritu sangriento de los peninsulares.

“Mientras estuve en Cuba murieron 7.000 niños en tres meses. Algunas madres llegaron incluso a ahogar a sus bebes de pura desesperación… De esta forma los hombres morían en las minas, las mujeres en el trabajo y los niños de falta de leche… y en un breve espacio de tiempo, esta sierra que era una magnífica, poderosa y fértil… quedó despoblada… mis ojos han visto estos actos tan extraños a la naturaleza humana, y ahora tiemblo mientras escribo..”.

Cuando llegó a Hispaniola en 1508, Las Casas dice: “Vivían 60.000 personas en las islas, incluyendo a los europeos;  así que entre 1494 y 1508 habían perecido más de tres millones de nativos  entre la guerra, la esclavitud y las minas.  ¿Quién va a  creer esto en las  futuras generaciones?”

Así empezó la historia de la tragedia de quinientos años de la invasión europea a los pueblos indígenas de las Américas. Una descripción de conquista, esclavitud y muerte. Por ello, el día de Colón debería ser de la Reivindicación de la Raza, de meditación para evaluar la tragedia que asoló al continente. Pero ellos no están conformes con simples reformas y exigen disponer de su futuro para construir su propia historia.

Los cambios son lentos, casi imperceptibles, los indios, los verdaderos dueños de América continúan explotados, maltratados y postrados, en las soledades de los páramos  donde habitan. La historia -un poco tarde- descubre la crueldad y la insensibilidad de los europeos que desembocó en genocidios y la destrucción de una raza. ¡No, nunca más la barbarie española ni de ningún país!

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