miércoles, 2 de mayo de 2012

El ‘tuteo’ en el trato profesor-alumno


Por Edistio Cámere

"La relación entre el profesor y el alumno, por tanto, es opuesta pero complementaria: ambos se necesitan para cumplir a cabalidad con sus roles".
“Oye, Coco, ¿podrías explicar de nuevo que no he entendido? (…)   Profesor, ¿podría repetir, por favor? No he entendido”.

El fondo,  lo que se pide en estas dos expresiones es lo mismo. Pero es en la forma de decirlo donde se aprecia la diferencia. Tutear o no tutear es, sin duda, un asunto controversial. Hay quienes están a favor del ‘tuteo’ y no ven inconvenientes que sea utilizado como modo ordinario en la relación profesor-alumno.

A favor del tuteo se esgrime el hecho de que se privilegia cierta horizontalidad en las relaciones que configura un clima más distendido dentro del aula y, en consecuencia, el alumno sentirá mayor confianza para acercarse al profesor. Otro argumento da cuenta que cuando el educando llama al profesor por su nombre de pila, el trato se torna más informal, más espontaneo, todo lo cual contribuye a que el alumno esté más dispuesto a ‘contar sus asuntos personales’.

El uso del tuteo presenta algunas implicancias que también vale la pena considerar. Dado el periodo evolutivo en que se sitúan sobre todo los púberes y adolescentes -los niños suelen decir: “Profesor, tú… o Miss, tú…” que en la práctica es lo mismo que decir ‘usted’- el tuteo puede tornarse en una señal equívoca: el docente la entiende como expresión de confianza, sin embargo el alumno puede interpretarla subjetivamente: ‘el profesor es buena gente así…’. Además -pongo por caso- ante una llamada de atención, el ‘tú’, que encierra ciertas licencias en el trato, permite reacciones, gestos o dichos que se inhibirían de mediar el ‘usted’.

Pero el tuteo puede afectar la imparcialidad en la relación. En cierto modo, el anteponer el ‘tu’ establece una distinción, es una suerte de permiso para ir más allá de lo protocolar en el trato personal. Y sí además convenimos que toda relación interpersonal es un estreno, porque quienes interactúan son singulares e irrepetibles, entonces cada alumno -con arreglo a su modo de ser- dará una lectura distinta a la respuesta del profesor, matizada a su vez por ese modo de ser. En tanto el discente perciba o sospeche preferencias en la relación del docente con sus compañeros, el clima en el aula podrá enrarecerse.

Objetivamente el profesor y el alumno no son iguales, ni entre ellos puede existir de plano una relación horizontal. Primero, por la función que desempeñan, por los objetivos que pretenden; y, segundo, por la edad y la madurez en que ambos se encuentran. Sin alumno no hay profesor, y sin este tampoco aquel existiría. El docente tiene que enseñar y el discente aprender. Pero para aprender debe estar dispuesto, actitud que no se logra ‘naturalmente’ desde fuera. Alguien -el profesor- tiene que animarlo y exigirle a través de una buena didáctica y una buena dosis de autoridad.

La relación entre el profesor y el alumno, por tanto, es opuesta pero complementaria: ambos se necesitan para cumplir a cabalidad con sus roles. Sin gobierno de aula el docente no podría ejercer su labor y simultáneamente el estudiante tan poco cumpliría la suya: aprender. Asimismo, en la medida que el maestro despliegue sus condiciones docentes con calidad, su prestigio profesional será la mejor invitación para que sus alumnos lo busquen para que los oriente en asuntos de índole personal.

Finalmente, un argumento a favor del respeto al profesor se puede rastrear desde los antiguos romanos, quienes ponderan el cultivo de la ‘pietas’ como virtud social. Practicarla suponía agradecer a la institución respetando a sus  autoridades competentes, a su historia y a quienes los precedieron. También, conservar lo socialmente valioso, sobre todo lo recibido como tal de otras generaciones. La paz social se sostiene por la consideración a quien está constituido como superior: veneración al anciano, respeto del discípulo a su maestro que por su excelencia se les debe el honor, obediencia y servicio.  Estoy firmemente persuadido que vivir la ‘pietas’ en estos días que corren es el mejor tributo que la sociedad puede rendirle a los profesores

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