lunes, 25 de junio de 2012

LA ENSEÑANZA DE LA LECTURA: UNA TAREA COMPARTIDA


Manuel Valdivia Rodríguez

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Cada vez que en una escuela secundaria se examinan los problemas de aprendizaje de los estudiantes, es inevitable que se arribe al tema de la lectura.

Cuando se llega ahí, los docentes de casi todas las áreas se quejan: los alumnos “no saben leer”, “no pueden hacer un resumen”, “no logran responder un cuestionario”,  etc. Entonces todos vuelven la mirada hacia los profesores del área de Comunicación, para pedirles –o exigirles- que hagan algo. Esta escena, tan frecuente, tan repetida, pone de manifiesto una de las causas de la deficiencia en lectura que evidencian los adolescentes: la concentración de la lectura en un área curricular –la de Lenguaje o Comunicación- y  la poca o nula intervención de los profesores de las otras especialidades en el fortalecimiento de una capacidad que tendría que ser de responsabilidad transversal.

Si se observa bien, en las clases de ciencias, de historia, de matemática, de arte o de educación religiosa, por lo general no se lee. La lectura queda prácticamente confinada a actividades fuera de aula, que los estudiantes deben realizar por su cuenta sin el acompañamiento de los docentes: prepararse para rendir un examen,  cumplir con una tarea individual, o simplemente leer  un cierto material y dar cuenta de que se ha cumplido con el encargo escribiendo un resumen o rellenado una ficha. En el aula, el trabajo es principalmente oral: el profesor explica asuntos que figuran en tu temario, los alumnos trabajan  en grupos dialogando para examinar un tema propuesto y arribar a conclusiones; algunos estudiantes señalados de antemano “exponen” algún tema, y así, siempre la presencia oral. O bien, si la tarea es escrita, trabajan para responder cuestionarios o cumplir en su casa con alguna asignación que ocasionalmente requiere de lectura. Pero leer, es decir tomar contacto con un texto, analizarlo, discutir su contenido,  producir esquemas que ayuden a entender mejor lo que dice, extrapolar lo que expone refiriéndolo a la realidad, construir versiones orales para apropiarse del contenido importante, hacer sumillas y preparar resúmenes, resolver problemas presentados por el léxico, construir glosarios y muchas operaciones más, eso no se hace. En consecuencia, los estudiantes no tienen en las aulas oportunidad de afianzar las capacidades de lectura correspondientes a su nivel ni poner en obra las estrategias para el aprovechamiento de los textos, que tal vez fueron presentadas en el área de Comunicación.

Lo que tendría que suceder es esto. Una vez que los estudiantes han superado las primeras fases de la lectura, debieran comenzar a utilizarla como recurso para la adquisición de información propia de las diversas asignaturas o áreas curriculares. Pero deben hacerlo con el acompañamiento de los docentes, no dejados a por su cuenta. Así, en lectura conjunta con sus docentes, aprenderían a escudriñar textos que tratan asuntos diversos, y que por ello mismo son heterogéneos. Los textos de las diferentes especialidades con que se trabaja en la escuela poseen características específicas tocantes a la forma de exposición, la estructura que sostiene las ideas, el desarrollo lógico de las proposiciones, hasta al lenguaje que se emplea. Estas características diferentes hacen obligatoria una formación especial para trabajar con los textos de la especialidad y obtener el provecho que se espera.  Y así como su forma y contenido son peculiares, también lo es la manera en que deben ser procesados. La lectura de un texto de matemática no es lineal: la mirada se posa alternativamente en el texto y en los gráficos, en las fórmulas o en las operaciones; tampoco es continua la lectura en ciencias naturales, puesto que el lector está obligado a constatar  las afirmaciones planteadas en el texto mediante el examen de las ilustraciones que generalmente lo acompañan o la observación de algún objeto real; los textos instructivos de formación laboral no se leen seguido sino que se los consulta a medida que se efectúan operaciones manuales. Cada texto ofrece un reto peculiar y obliga al empleo de estrategias y recursos especiales ¿Cómo podría encargarse de todo eso el profesor de Comunicación?

El profesor de Comunicación tiene a su cargo la formación en técnicas de lectura, la presentación de estrategias, la subsanación de hábitos inconvenientes, la exposición de asuntos de gramática textual, pero la concreción de todo eso en la práctica solo puede hacerse en la sesiones de las otras áreas y con la orientación de los profesores respectivos. Ellos son los que explican el vocabulario, orientan las interpretaciones, señalan lo importante, y al hacerlo, contribuyen al desarrollo de la lectura.

No estamos proponiendo que los docentes de las diferentes áreas curriculares renuncien a su papel principal, fuertemente comprometido con su especialidad, y se conviertan en profesores de lectura. Estamos diciendo que ellos deben hacer de la lectura una actividad de aula para el aprendizaje de los contenidos de sus especialidades. No la lectura como fin sino la lectura como instrumento de aprendizaje, puesto que, a fin de cuentas, los textos pueden ser una fuente de mucho más segura que la exposición verbal del profesor.

Desde la década de los 90 se habla en el mundo de la necesidad de que los alumnos “aprendan aprender”.  Esa no es otra cosa que apropiarse de las estrategias necesarias para ir ampliando su conocimiento en las múltiples direcciones que toma el aprendizaje en la escuela y fuera de ella. Entre estas estrategias se halla, en lugar de privilegio,  la lectura y el estudio a partir de textos. Y su formación no es solo responsabilidad de los docentes de comunicación: es tarea de todos, pero cada uno cultivando en su parcela.

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